Bitácora de Excursión
Día 2
Parte 2
Desde el levantón que nos daría el bien ponderado e Indianajonezco Samuel, habríamos de recorrer a bordo de su pick-up la no despreciable cantidad de 10 kms. Entre tumbos, salpicaduras de lodo y bravas sacudidas llegamos hasta una bifurcación del camino en donde, de un lado había una señalización que claramente se leía “Guagueyvo 20”, la ruta de terracería que formaba el otro extremo de la “Y” no la marcaba alguna señalización o nomenclatura que indicara el destino a llegar. Samuel detuvo su camioneta, con una señal nos dijo que el “aventón” había terminado y nos indicó que si nos dirigíamos a Guaguachique tendríamos que recorrer el camino no marcado, y que el poblado ya estaba a tiro de piedra. A mi hermano y a un servidor nos pareció harto extraña la indicación, puesto que hace dos años de nuestra visita no había ese tipo de señalizaciones ni que el camino se dividiera de manera tan abrupta y dispar, pero “dos años son dos años, quizás las cosas han cambiado bastante por aquí” –pensamos- “además, Samuel ha de conocer la zona más que nosotros, quizás él trabaja en el aserradero y ya está familiarizado con los rumbos de esta región” –razonamos- sin más, decidimos recorrer el camino no marcado a pesar de que mi señal interna de alerta parpadeaba sin cesar. Asumo que la de mi hermano también se activó, pero como los razonamientos antes expuestos eran abrumadoramente lógicos y plausibles, decidimos ignorar la alerta y comenzamos a caminar, caminar y caminar.
Cabe mencionar que todo el trayecto que recorrimos en la pick-up, la fina lluvia que sutilmente nos había acompañado no lo hacía más, hasta unos minutos después de habernos apeado del transporte y reanudar la caminata se pudo percibir su presencia, y en poco tiempo ya la teníamos encima de nuevo pero con menos intensidad que la que habíamos dejado atrás. Afortunadamente la “ducha” duró solo unos minutillos y tan repentinamente como empezó, así también se fue, dejando una gélida sensación en su lugar; había comenzado a helar de nuevo y cada vez se dejaba sentir el brusco cambio de temperatura por medio del viento que a ratos nos latigueaba con efímeras y bruscas ráfagas.
Apenas habíamos recorrido algo así como dos kilómetros, una pick-up cuya caja rebosaba de lugareños protegidos con gruesas cobijas se nos emparejó y el conductor asomando su cabeza con una curiosidad y asombro reflejado en su rostro nos examinó de pies a cabeza y acto seguido nos preguntó el destino al cual queríamos llegar. Nos detuvimos por un momento y recobrando el aliento le respondimos que a Guaguachique, mi hermano le preguntó que cuánto faltaba para llegar, inmediatamente una sonrisita auguró las malas nuevas, “El poblado al que llega este camino no es Guaguachique, se llama Lagunillas…” -- aseveró con mucha seguridad -- “ …y para Lagunillas faltaba todavía bastante. Más atrás está un camino que lleva a Guagueyvo, está marcado en una señalización, siguiendo ése llegarán a Guaguachique”.
Con unas caras de desconcierto (que imagino seguramente habrían ganado un concurso) nos miramos entre todos, agradecimos la información patrocinada por nuestro incidental amigo quien sin más partió presuroso. Al unísono comenzamos a despotricar en contra del buen samaritano que nos había dejado en la citada bifurcación, jejeje ¡pobre Samuel pero si se lo merece! Jejeje. Y habiendo desahogado nuestra frustración con un apaleador y florido lenguaje de carretonero en contra del buen Sam, dimos por inútilmente invertido el esfuerzo y no tuvimos más remedio que silenciosamente dar media vuelta y reanudar la marcha.
Para colmo de males, de nuevo mi hermano comenzó a quejarse de sus castigadoras ampollas y advirtió que no seguiría más por el día, ya que había aguantado lo más posible y necesitaba realizarse una curación y reponerse si queríamos seguir hasta el final de la aventura, así que todos asentimos sin chistar y comenzamos a buscar por el desandado camino un lugar para plantar el campamento. Mientras dábamos la vuelta pudimos ver en una colina un ranchito con varias casas y corrales.
Fijamos el campamento como a un kilómetro desde el punto de retorno, muy cercano al camino y a una corriente de agua. Se notaba que ahí se abastecían los lugareños de leña, pues podían notarse varios árboles derribados por hacha y algunos trozos grandes de madera esparcidos por aquí y allá. Otra cosa que notamos fue que en algunas partes de los alrededores se conservaban unos lunares de nieve de aproximadamente 4 o 5 metros de diámetro, y de unas 3 pulgadas de espesor, señal de que la nevada que había caído en días anteriores había estado bastante buena. El campamento lo comenzamos a armar y ahora tuvimos la precaución de crearle un techo a los troncos que recogimos para posteriormente emplazar la fogata, pues se avecinaba una noche bastante gélida y con bastantes probabilidades de que cayera otro chaparrón. Aunque la mayoría de los troncos estaban húmedos, los apilamos de manera que pudieran secarse en un corto plazo, desgraciadamente no fue suficiente tiempo para tener lista una hoguera para esa noche. Habiendo instalado y acondicionado las carpas para pernoctar en el lugar, comenzamos a preparar nuestra merecida merienda.
En eso estábamos cuando pudimos ver cómo otra pick-up aparecía por el camino y se detenía a un par de metros de donde estábamos. De la ventanilla emergió la figura de un señor que amablemente nos preguntaba qué hacíamos ahí; pudimos percibir la misma cara de asombro y curiosidad que vimos en el otro personaje que había pasado un par de horas antes. Caí en cuenta que para esta gente parecía descabellado andar por esos páramos a sabiendas del temporal que se avecinaba; si bien la ropa, el sleeping bag y la tienda de campaña que llevaba cubría en toda forma la función de protegerme del gélido clima, podía sentirse que la situación estaba tornándose seria. Entre un par de chascarrillos el amable personaje nos ofreció estancia en su rancho, ya que quedaba muy cerca de donde estábamos y contaba con suficientes habitaciones para poder acogernos (y adivinen, resultó ser nada más y nada menos que el dueño del ranchito que vimos varios cientos de metros atrás en la colina). Agradecimos la evidente atención y preocupación por parte de esta persona, nos despedimos y pronto vimos cómo su camioneta se perdía en la espesura del bosque.
Comentamos como chascarrillo que dadas las condiciones climáticas que se estaban dejando sentir, probablemente le tomaríamos muy en serio su propuesta y volvimos a nuestros asuntos (¿quien iba a pensar verdad? Jejejeje). Mientras comíamos mi hermano me informaba que la situación con su pie parecía ser más grave de lo que él había pensado, por lo que analizaría la situación al siguiente día para ver qué tipo de acciones convendría hacer.
Mi preocupación comenzó a hacerse más grande pero confiaba que el carácter meticuloso de mi hermano saliera a relucir y pudiese reponerse de ese inconveniente de manera rápida. No por nada había llevado un botiquín mucho más completo del que traíamos en nuestros bolsillos de supervivencia, además que para armarlo lo estuvieron asesorando los doctores y enfermeras compañeros de trabajo. La noche cayó rápidamente y con ella el frío comenzó a recrudecerse. Pronto recogimos todos los cacharros de la comida y tuvimos que retirarnos a nuestras respectivas tiendas para afrontar la gélida noche. Al poco rato de habernos instalado dentro de nuestras carpas se dejaron sentir unas lloviznas que a mi parecer sonaba como agua-nieve pues la temperatura estaba bajando drásticamente. La mentada llovizna continuó intermitentemente hasta bien entrada la madrugada, para después cesar por completo. Lo recuerdo muy bien, dado que esa noche tuve un sueño intranquilo y me despertaba en lapsos de media a tres cuartos de hora. Viéndolo en retrospectiva, mi intranquilidad radicaba en lo frágil que se estaba volviendo las situación y que a mi parecer podría salirse de control en un santiamén. Como dije en la introducción, las lesiones y el clima son dos aspectos que se deben de tratar con sumo cuidado, y las decisiones que se tomen deben ser para salvaguardar la integridad de la persona dañada, así como la de los demás miembros de la excursión. Otra de las cosas que me preocupaba era el llegar. Pero si para lograrlo tendríamos que llegar hechos harapos, no iba a tener tampoco chiste, iba a ser como una victoria pírrica. En fin, que mientras le daba vuelta en mi cabeza a esas reflexiones por fin pude conciliar el sueño teniendo claro que lo que se avecinare, tendría que afrontarlo con cautela y mente fría.
Continuará…
Día 2
Parte 2
Desde el levantón que nos daría el bien ponderado e Indianajonezco Samuel, habríamos de recorrer a bordo de su pick-up la no despreciable cantidad de 10 kms. Entre tumbos, salpicaduras de lodo y bravas sacudidas llegamos hasta una bifurcación del camino en donde, de un lado había una señalización que claramente se leía “Guagueyvo 20”, la ruta de terracería que formaba el otro extremo de la “Y” no la marcaba alguna señalización o nomenclatura que indicara el destino a llegar. Samuel detuvo su camioneta, con una señal nos dijo que el “aventón” había terminado y nos indicó que si nos dirigíamos a Guaguachique tendríamos que recorrer el camino no marcado, y que el poblado ya estaba a tiro de piedra. A mi hermano y a un servidor nos pareció harto extraña la indicación, puesto que hace dos años de nuestra visita no había ese tipo de señalizaciones ni que el camino se dividiera de manera tan abrupta y dispar, pero “dos años son dos años, quizás las cosas han cambiado bastante por aquí” –pensamos- “además, Samuel ha de conocer la zona más que nosotros, quizás él trabaja en el aserradero y ya está familiarizado con los rumbos de esta región” –razonamos- sin más, decidimos recorrer el camino no marcado a pesar de que mi señal interna de alerta parpadeaba sin cesar. Asumo que la de mi hermano también se activó, pero como los razonamientos antes expuestos eran abrumadoramente lógicos y plausibles, decidimos ignorar la alerta y comenzamos a caminar, caminar y caminar.
Cabe mencionar que todo el trayecto que recorrimos en la pick-up, la fina lluvia que sutilmente nos había acompañado no lo hacía más, hasta unos minutos después de habernos apeado del transporte y reanudar la caminata se pudo percibir su presencia, y en poco tiempo ya la teníamos encima de nuevo pero con menos intensidad que la que habíamos dejado atrás. Afortunadamente la “ducha” duró solo unos minutillos y tan repentinamente como empezó, así también se fue, dejando una gélida sensación en su lugar; había comenzado a helar de nuevo y cada vez se dejaba sentir el brusco cambio de temperatura por medio del viento que a ratos nos latigueaba con efímeras y bruscas ráfagas.
Apenas habíamos recorrido algo así como dos kilómetros, una pick-up cuya caja rebosaba de lugareños protegidos con gruesas cobijas se nos emparejó y el conductor asomando su cabeza con una curiosidad y asombro reflejado en su rostro nos examinó de pies a cabeza y acto seguido nos preguntó el destino al cual queríamos llegar. Nos detuvimos por un momento y recobrando el aliento le respondimos que a Guaguachique, mi hermano le preguntó que cuánto faltaba para llegar, inmediatamente una sonrisita auguró las malas nuevas, “El poblado al que llega este camino no es Guaguachique, se llama Lagunillas…” -- aseveró con mucha seguridad -- “ …y para Lagunillas faltaba todavía bastante. Más atrás está un camino que lleva a Guagueyvo, está marcado en una señalización, siguiendo ése llegarán a Guaguachique”.
Con unas caras de desconcierto (que imagino seguramente habrían ganado un concurso) nos miramos entre todos, agradecimos la información patrocinada por nuestro incidental amigo quien sin más partió presuroso. Al unísono comenzamos a despotricar en contra del buen samaritano que nos había dejado en la citada bifurcación, jejeje ¡pobre Samuel pero si se lo merece! Jejeje. Y habiendo desahogado nuestra frustración con un apaleador y florido lenguaje de carretonero en contra del buen Sam, dimos por inútilmente invertido el esfuerzo y no tuvimos más remedio que silenciosamente dar media vuelta y reanudar la marcha.
Para colmo de males, de nuevo mi hermano comenzó a quejarse de sus castigadoras ampollas y advirtió que no seguiría más por el día, ya que había aguantado lo más posible y necesitaba realizarse una curación y reponerse si queríamos seguir hasta el final de la aventura, así que todos asentimos sin chistar y comenzamos a buscar por el desandado camino un lugar para plantar el campamento. Mientras dábamos la vuelta pudimos ver en una colina un ranchito con varias casas y corrales.
Fijamos el campamento como a un kilómetro desde el punto de retorno, muy cercano al camino y a una corriente de agua. Se notaba que ahí se abastecían los lugareños de leña, pues podían notarse varios árboles derribados por hacha y algunos trozos grandes de madera esparcidos por aquí y allá. Otra cosa que notamos fue que en algunas partes de los alrededores se conservaban unos lunares de nieve de aproximadamente 4 o 5 metros de diámetro, y de unas 3 pulgadas de espesor, señal de que la nevada que había caído en días anteriores había estado bastante buena. El campamento lo comenzamos a armar y ahora tuvimos la precaución de crearle un techo a los troncos que recogimos para posteriormente emplazar la fogata, pues se avecinaba una noche bastante gélida y con bastantes probabilidades de que cayera otro chaparrón. Aunque la mayoría de los troncos estaban húmedos, los apilamos de manera que pudieran secarse en un corto plazo, desgraciadamente no fue suficiente tiempo para tener lista una hoguera para esa noche. Habiendo instalado y acondicionado las carpas para pernoctar en el lugar, comenzamos a preparar nuestra merecida merienda.
En eso estábamos cuando pudimos ver cómo otra pick-up aparecía por el camino y se detenía a un par de metros de donde estábamos. De la ventanilla emergió la figura de un señor que amablemente nos preguntaba qué hacíamos ahí; pudimos percibir la misma cara de asombro y curiosidad que vimos en el otro personaje que había pasado un par de horas antes. Caí en cuenta que para esta gente parecía descabellado andar por esos páramos a sabiendas del temporal que se avecinaba; si bien la ropa, el sleeping bag y la tienda de campaña que llevaba cubría en toda forma la función de protegerme del gélido clima, podía sentirse que la situación estaba tornándose seria. Entre un par de chascarrillos el amable personaje nos ofreció estancia en su rancho, ya que quedaba muy cerca de donde estábamos y contaba con suficientes habitaciones para poder acogernos (y adivinen, resultó ser nada más y nada menos que el dueño del ranchito que vimos varios cientos de metros atrás en la colina). Agradecimos la evidente atención y preocupación por parte de esta persona, nos despedimos y pronto vimos cómo su camioneta se perdía en la espesura del bosque.
Comentamos como chascarrillo que dadas las condiciones climáticas que se estaban dejando sentir, probablemente le tomaríamos muy en serio su propuesta y volvimos a nuestros asuntos (¿quien iba a pensar verdad? Jejejeje). Mientras comíamos mi hermano me informaba que la situación con su pie parecía ser más grave de lo que él había pensado, por lo que analizaría la situación al siguiente día para ver qué tipo de acciones convendría hacer.
Mi preocupación comenzó a hacerse más grande pero confiaba que el carácter meticuloso de mi hermano saliera a relucir y pudiese reponerse de ese inconveniente de manera rápida. No por nada había llevado un botiquín mucho más completo del que traíamos en nuestros bolsillos de supervivencia, además que para armarlo lo estuvieron asesorando los doctores y enfermeras compañeros de trabajo. La noche cayó rápidamente y con ella el frío comenzó a recrudecerse. Pronto recogimos todos los cacharros de la comida y tuvimos que retirarnos a nuestras respectivas tiendas para afrontar la gélida noche. Al poco rato de habernos instalado dentro de nuestras carpas se dejaron sentir unas lloviznas que a mi parecer sonaba como agua-nieve pues la temperatura estaba bajando drásticamente. La mentada llovizna continuó intermitentemente hasta bien entrada la madrugada, para después cesar por completo. Lo recuerdo muy bien, dado que esa noche tuve un sueño intranquilo y me despertaba en lapsos de media a tres cuartos de hora. Viéndolo en retrospectiva, mi intranquilidad radicaba en lo frágil que se estaba volviendo las situación y que a mi parecer podría salirse de control en un santiamén. Como dije en la introducción, las lesiones y el clima son dos aspectos que se deben de tratar con sumo cuidado, y las decisiones que se tomen deben ser para salvaguardar la integridad de la persona dañada, así como la de los demás miembros de la excursión. Otra de las cosas que me preocupaba era el llegar. Pero si para lograrlo tendríamos que llegar hechos harapos, no iba a tener tampoco chiste, iba a ser como una victoria pírrica. En fin, que mientras le daba vuelta en mi cabeza a esas reflexiones por fin pude conciliar el sueño teniendo claro que lo que se avecinare, tendría que afrontarlo con cautela y mente fría.
Continuará…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario