sábado, marzo 24, 2007

Bitácora de Excursión
Día 5
Parte 1

El arrullador golpeteo de las gotas en el techo de lámina de la casa me iba volviendo poco a poco a la realidad. Un tanto confuso y desorientado recordé dónde habíamos acabado el día anterior, me costó un poco de trabajo despertarme completamente. Tal “atarantamiento” se lo debo al constante escuchar del “ruido blanco”… …no sé. Ya eran alrededor de las 8 de la mañana y por una de las ventanas del cuarto se podía apreciar que el sol hacía refulgir el gran y cerrado cúmulo de nubes grises que no se habían cansado de descargar su contenido desde el día anterior. La temperatura tampoco había subido ni un ápice, por lo que se auguraba una pesada jornada de caminata para alcanzar Samachique y volver a nuestro hogar. Una pieza aguda de fierro del catre en el que reposaba se estaba enterrando en mi espalda recordándome que debía levantarme o soportar un poco más la tortura. Opté por lo primero.

Le hablé a Yenni para comenzar a prepararnos, ella ya estaba también despierta, por lo que pronto ya estábamos envolviendo los sleeping bag y desempacando las raciones de nuestras despensas para dejárselas al buen Domingo como habíamos quedado. Afortunadamente todo lo importante lo llevábamos en wet bags, por lo que al reorganizar las mochilas el espacio se redujo considerablemente en ambas, deshaciéndonos de bastante peso.

Los demás aditamentos quedaron preparados y en tiempo récord estábamos listos para partir. Decidí pasar a la pieza adjunta en la que Juan Carlos y Gaby habían pernoctado y me percaté que ellos ya estaban también a punto de terminar de prepararse. Domingo no se encontraba en la casa, así que mientras esperábamos a que apareciera mi hermano y yo decidimos hacer el itinerario de esa jornada. Recordamos que el día que llegamos a Samachique (día 1) vimos llegar un camión de una línea local que conectaba a este poblado con Creel. Si apresurábamos el paso deberíamos llegar a Samachique a tiempo para tomar ese autobús, de lo contrario, deberíamos quedarnos otro día más hasta que volviese a pasar. El tiempo que teníamos para recorrer 20 kms. con una temperatura de 5 grados y una intensa e imparable llovizna gélida era hasta las 3 de la tarde, de lo contrario, la caminata resultaría inservible. Duramos 2 días para llegar hasta donde estábamos y teníamos que hacerlo ese día en 6 horas bajo condiciones no tan agradables. Las chicas valientemente estuvieron de acuerdo, echamos el volado y decidimos arriesgarnos.

En eso estábamos cuando llegó Domingo, le comentamos que debíamos partir y que le dejábamos las despensas como muestra de nuestra gratitud, éste sólo asintió con gusto y nos advirtió que los aguajes y arroyos que atraviesan todo el camino hacia Samachique habían crecido durante toda la noche, que sólo tuviéramos cuidado. Mientras nos decía eso me pasó por la mente el día que el buen samaritano de Samuel nos dio un aventón en su camioneta, pasamos por varios de esos arroyos y aguajes e iban a sumarse como otro inconveniente a la ya nutrida lista. Aspiré profundamente y confié en que no sería grave.

Mientras terminábamos de hablar con Domingo se me ocurrió la idea de dejarle a Don Leonel una carta de agradecimiento, mientras la redactaba, el personal terminó de arreglar sus equipos y estaban preparados para salir. Al terminar de escribir la misiva, le di instrucciones a Domingo de dársela a Don Leonel y acto seguido comenzamos a ponernos los ponchos, ajustarnos las mochilas y después de la respectivas despedidas, a comenzar la caminata. El reloj marcaba alrededor de las 9 de la mañana. Poco a poco íbamos dejando atrás el apacible y bucólico ranchito de la colina.

El gélido clima nos bendijo con la ausencia de viento, aún así, la fina llovizna que caía inclemente se metía por todos lados, pronto nos dimos cuenta que los ponchos no servirían de mucho. Por otro lado, el paisaje que teníamos frente a nosotros era soberbio, a lo lejos podíamos apreciar algunas crestas de montañas siendo acariciadas por aletargados y fantasmagóricos retazos de niebla, otros tantos se arrastraban a ras del suelo como si fueran unas etéreas y gigantes orugas. El espectáculo de esa mañana era sumamente bello. Siento mucho no haber podido tomar fotos ese día, pero la verdad temí por el funcionamiento adecuado de mi cámara, ya que había mucha humedad en el ambiente y no había un solo rincón que la lluvia no alcanzara. Lo siento, esta reseña va a quedar “en blanco” jejeje.

Bien, después de avanzar un buen par de kilómetros, Pudimos ver varias camionetas dirigiéndose a los poblados aledaños, eso era una buena señal, a pesar del mal clima, el "tráfico" no se había detenido. De pronto, de una curva del sinuoso camino emergió un vehículo conocido, era nada más ni nada menos que Don Leonel. El señor con mucha paciencia se detuvo al lado del camino y nos saludó sonriente, nuevamente nos veía con una mezcla de incredulidad y asombro. Le dimos personalmente las gracias por su disposición y le informamos que nos habíamos quedado en su propiedad, lo cual le dio un enorme gusto. Nos informó que las camionetas que habíamos visto pasar iban a volver a Samachique durante el día, así que si se ponían las cosas feas en el camino recurriéramos a esas personas. Agradecimos nuevamente la ayuda prestada y pronto su camioneta desaparecía dando tumbos por el camino del espeso bosque. Todos comenzamos a reanudar la marcha, al mismo tiempo que la llovizna se volvía una lluvia un poco más tupida. Yenni y yo comenzamos a dejar atrás a los muchachos; ellos venían deteniéndose con mucha frecuencia, por lo que hacía un poco desesperante el desplazamiento. Asumí que ellos ya sabían el itinerario establecido, por lo que comencé a acelerar el paso para que ellos siguieran el ritmo a lo cual sólo Yenni respondió. En pocos minutos ya no vimos rastros de los muchachos.

De vez en vez nos deteníamos para comer una “bombita de carbohidratos”, rehidratarnos y recobrar el aliento. En esos intervalos de breve descanso detectábamos qué tan mojados estábamos. Mi temor más apremiante era que cayéramos en un shock hipotérmico, ya que sólo las perneras las teníamos secas, todo el torso lo sentíamos empapado gracias a la fina lluvia como al copioso sudor que despedíamos desde dentro de nuestras ropas. “Mientras siguiéramos en movimiento, no pasaría nada” -me decía- así que por esos momentos saqué de mi mente esas ideas. Disimuladamente le preguntaba cosas a Yenni para medir su velocidad de respuesta y detectar estadios tempranos de hipotermia, asimismo le pedía que me informara si padecía de frío anormal o intenso en alguna parte de su cuerpo, a lo cual me informó que parecía estar en orden. Todo indicaba que andábamos dentro de los niveles normales… …por el momento.

Las verdaderas pruebas comenzaron cuando varios aguajes y arroyos comenzaron a atravesar el camino con su serpenteante y fuerte corriente. Como nos había advertido Domingo, la lluvia de todo un día y medio había hecho crecer los caudales, así que cada vez que una de estas corrientes truncaba nuestro camino, teníamos que buscar el lado más estrecho para atravesarla, a veces desviándonos de 50 a 200 metros del punto inicial. En un par de ocasiones tuvimos que aventarnos cual ranas de estanque para alcanzar la otra orilla y seguir con el camino, lo cual le puso un poco de chispa y emoción a la monótona caminata. Terminábamos un poco enlodados y muertos de la risa, por lo que fue bastante divertido. En una ocasión tuve que lanzar a Yenni y su mochila por los aires cual monito de caricatura para que alcanzara la orilla; dado que es un poco bajita de estatura batallaba un poco más que yo, que con un par de zancadas alcanzaba a llegar, así que algunas corrientes no supusieron gran reto para mi ;) sin presunción ¿eh? jejeje. Lo que si comenzamos a notar fue la distancia cada vez más grande que teníamos que salvar para llegar hacia la otra orilla, y los recursos como ramas bajas de árboles cercanos a la corriente, salto con pértiga improvisada, “puentes” naturales de piedra y otras macgyverías también escaseaban o se volvían inoperantes. El tiempo seguía su inexorable marcha y eso nos detenía cada vez más, poniéndole más presión al asunto. Por otra parte, una cosa buena que indicaba la gran cantidad de aguajes atravesando el camino, era la cercanía del poblado de Samachique, así que también era un gran aliciente para no desistir en nuestros intentos.
Continuará…

sábado, marzo 17, 2007

Bitácora de Excursión
Día 4 . Fotos






Bitácora de Excursión
Día 4
Parte 2

Después de una corta, húmeda y penosa caminata, pudimos llegar al ranchito, arribamos hechos una sola sopa. Con una actitud de sorpresa y calma a la vez, nuestro anfitrión al vernos llegar, nos dio el pase y repartió las habitaciones para podernos instalar; En un breve momento todos nos presentamos, así supimos que este amable pero callado muchacho se llamaba Domingo. En cuanto me adentré más a la casa pude descubrir a mi derecha la típica cocina de ranchito, rústica pero muy acogedora, ya que pude percibir el grato cobijo de una gran estufa de leña que estaba a todo lo que daba. Desgraciadamente, ese cobijo no se extendía al cuartito que ocuparíamos para pernoctar esa noche, por lo que lo primero que hice apenas pasé el umbral de la pequeña pieza que nos tocó ocupar fue desempacar la hornilla y encenderla a su máxima potencia.

Otra de las tareas que rápida y automáticamente realicé fue acondicionar un par de catres de fierro que estaban apostados en un rincón, desempaqué mis cacharros, la despensa para la comida y lo necesario para poder dormir. Ahí me di cuenta que por un tonto error no llegué a cubrir lo suficientemente bien mi sleeping mojándose una porción de los pies y la capucha. Rápidamente lo extendí y me quité la chamarra poniéndola también a secar. Yenni hacía lo propio mientras yo iba ver la situación de mis compañeros.

Juan Carlos y Gaby ya tenían desempacados sus empapados sleepings y los habían puesto a secar en el piso, asimismo, tenían un tenderete enorme en el cuarto, dado que la mayoría de su ropa había corrido la misma suerte. Observé que a Juanito se le había ocurrido la misma idea de la hornilla, así que su cuarto ya tenía también “calefacción”. Ellos pidieron permiso a Domingo para ocupar un par de sillas de la cocina como un tendedero improvisado y, abusando un poco de su confianza, pusieron su tendido cerca de la estufa para que sus trapitos se secaran con más celeridad. Les sugerí a este par que aprovecharan las vigas que atravesaban el techo de la cocina cerca de la estufa y colgaran de ahí sus sleepings, ya que iba a estar difícil que se secaran en las pocas horas que quedaban para dormir. Así lo hicieron y aquello ya parecía tianguis de ropa de segunda mano jejeje.

Pronto, ya teníamos nuestras habitaciones listas y decidimos prepararnos para la comida. Poco a poco nos fuimos organizando para sacar los cacharros y las raciones para realizar un banquete en honor de nuestro anfitrión. Éste aceptó de muy buena gana y en un santiamén teníamos la estufa bufando a todo vapor y con algunos cacharrillos prestados comenzamos a cocinar el menú del día. La comida-cena consistió en una gran ración de sopa caldosa sabor res con trocitos de carne seca, quesadillas en tortilla de harina, crema de champiñones y de postre barra energética con una buena taza de café o chocolate. Se los juro que fue todo un manjar. Entre plato y plato fuimos comentándole a Domingo nuestras peripecias de los anteriores días y pudimos gastarnos unos cuantos chascarrillos, Domingo es una persona muy reservada, por lo que los chistes los tomaba con mucha cautela, pero creo que pasó un buen rato riendo tímidamente de lo que comentábamos. La sobremesa llegó y terminamos contando historias de espantos y misterio, éstas llevaron a un mood un poco aplatanado y el sueño comenzó a hacer mella en todos. Las emociones de aquel día estaban cobrando la factura, por lo que cada quien empezó a recoger sus cacharros, guardar la comida que se había quedado y retirar la ropa que ya se había secado.

Dado que ya se nos había acabado la jornada y no íbamos a poder llegar hasta Guagueyvo, mi hermano y yo decidimos dejar el lugar temprano en la mañana dependiendo del clima que prevaleciera. La idea era esperar al patrón de Domingo para que nos diera un aventón a Samachique. Le preguntamos a Domingo algunos detalles, por lo que nos pudo informar que si bien nos iba, hasta el fin de semana se daría una vuelta por el ranchito. Eso modificó nuestros planes y decidimos tajantemente irnos al siguiente día con lluvia, truenos o relámpagos, ni modo. Otra cosa que acordamos fue dejarle a Domingo como muestra de nuestro agradecimiento, todas las raciones de comida. Sabemos que eso no pagaría ni en mil años el favorsote que de buena gana nos hizo, pero por lo menos fue un buen abono jejeje ;)

Dejar las raciones también aligeraba mucho el peso de los hombros principalmente de las chicas, reorganizaríamos las mochilas y viajaríamos más ligeros. Justo antes de irnos a dormir se nos agotaron los tanques de butano de nuestras hornillas, por lo que tuvimos que sustituirlos por unos nuevos, así también a Juan Carlos y a mí se nos reduciría el peso, pues llevábamos otra reserva de tanques aparte de las tiendas de campaña y otros aditamentos que las chicas no cargaron en sus equipos.

Pronto, la cocina quedó vacía y después de los respectivos agradecimientos a nuestro anfitrión, nos retiramos a nuestros aposentos, poco a poco el arrullo de la lluvia golpeteando sobre el techo de lámina de la casa nos llevaría a los brazos de Morfeo y descansaríamos como si no hubiera futuro.
Aún no sabíamos que al siguiente día pasaríamos la prueba final para dejar ese precioso trozo de la Sierra Tarahumara.

domingo, marzo 11, 2007

Bitácora de Excursión
Día 4
Parte 1

Pues Bien, La lluvia que se había desatado unas horas después de anochecer se volvería una sola “transmisión de ruido blanco”, de cuando en cuando me despertaba en la madrugada y seguía escuchando el continuo acribillar de gotas en nuestra tienda que a veces disminuía y a veces arreciaba con particular enjundia. Ya adaptado mi reloj biológico a las condiciones que días atrás veníamos experimentando, me fui despertando como a eso de las 7:00 de la mañana, mientras me iba desamodorrando pensaba que la lluvia había cesado, pero ¡Oh sorpresa! mis oídos ya se habían acostumbrado al constante golpeteo de las gotas que sólo después de un par de minutos que me tomó despertar completamente me di cuenta que “Tata Dios” había tenido el descuido de haber dejado abierta la regadera… ...todavía.

Honestamente mi humor fue poco a poco yéndose a pique, pues comencé a reflexionar que no iba a ser nada divertido el realizar una incómoda caminata, comer raciones frías y armar el campamento bajo lluvia después de un extenuante día. El buen sabor de boca que había dejado el buen clima de la jornada anterior evidenciaba aún más el contraste y eso reforzaba mi sentimiento de frustración.

En fin, fue como hasta las 10:00 de la mañana que Yenni y yo fuimos preparándonos para desayunar unas barras energéticas y un poco de carne seca. Dado que no pudimos encender la hornilla dentro de la tienda, nos abstuvimos de beber una deliciosa taza de chocolate calientito, tuvimos que tomar agua para pasarnos el masacote que estábamos deglutiendo, así que fue una experiencia un tanto reñida con las buenas costumbres y reglas culinarias jejejeje. Parte del show campestre jejeje.

De pronto, desde la otra tienda y dándose cuenta que nosotros ya nos habíamos despertado, Juan Carlos y Gaby nos lanzaban un penoso llamado de auxilio. Nos informaban que desafortunadamente la noche anterior la habían pasado muy mal, ya que una fisura que misteriosamente apareció en su tienda, dejó entrar poco a poco la copiosa agua que caía inmisericorde sobre su carpa. Sus sleeping bag se habían mojado hasta la mitad y parte de su equipo había corrido la misma suerte, la tienda literalmente como se dice en el argot marinero estaba “haciendo agua” y ya la situación de estos dos chamacones era insostenible y cabe decir que hasta miserable.

Rápidamente me puse las perneras de nieve, mi chamarra, me calcé mis botas y salí de la tienda para verificar la situación. Realmente era la cereza que coronaba el pastel de mermas, la escena era realmente triste. Los compañeros se habían apertrechado en la parte más “alta” de la tienda, dado que el terreno tenía un ligero declive, casi todo el equipo, sus cobijas, sus sleeping bag estaban a merced de un lago de agua que se había creado en la zona baja y que se había expandido casi hasta la mitad del piso de su tienda. La evidencia era contundente y el mensaje no pudo ser más claro: Nuestro objetivo ya no era llegar hasta Guagueyvo, sino salir con bien de esa incómoda situación.

Después del desconcierto inicial, mi hermano y yo acordamos tomarle la palabra al amable lugareño que nos había ofrecido cobijo en su rancho que se encontraba cercano a nuestra zona de campamento, así que comenzamos a tomar acciones. Le pedí a Gaby que se quedara con Yenni en mi tienda y que dejara resguardado lo mejor posible su equipo. Mientras tanto Juan Carlos y yo caminaríamos hasta el ranchito para pedir posada y de darse el contacto, volveríamos por ellas para empacar y abandonar la zona de campamento.

Esperamos un par de minutos hasta que Gaby pudo “mudarse” a mi tienda, nos despedimos de las chicas y emprendimos la caminata. La lluvia parecía arreciar en ocasiones y después volverse a calmar, el poco pero rebelde viento también hacía de las suyas. La temperatura no había subido en lo absoluto, así que nos esperaba una jornada realmente fría. El cielo cerrado parecía una sola lámina gris resplandeciente que nos disparaba millones de pequeñas gotas gélidas a nuestros rostros, por lo tanto decidimos acelerar el paso para llegar lo más pronto posible; ahí me di cuenta que mi hermano no se había recuperado completamente de sus heridas y que la caminata, aunque corta, dejaría mella en su atribulado pie. Pronto, por medio del camino principal alcanzaríamos la cima de la colina donde se encontraba el ranchito, nos percatamos que una barda perimetral y una gran puerta de metal nos separaban de la casa, decidimos llamar al casero desde ahí. “¡¡Buenos Díaaaaaas!!” gritamos en repetidas ocasiones. Varios intentos después y sin obtener señal de que los dueños de la propiedad estaban presentes, decidimos abrir la gran puerta de metal y entrar para tocar en la puerta de la casa, no habíamos recorrido ni la mitad del camino cuando de ésta emergió una figura menuda. No se parecía en nada al amable señor que nos había visitado días atrás, se trataba de un adolescente de origen tarahumara que asumimos era el que cuidaba la propiedad, así que comenzaron las formalidades.

Mediante un atropellado relato, contamos la serie de peripecias que habíamos sufrido, terminando con la recomendación que su patrón nos había ofrecido para resguardarnos en su casa, El callado y atento joven no reparó ni un solo segundo y accedió de inmediato a prestarnos la ayuda. Ha sido el momento más feliz de mi vida en lo que va del año, así que con gran júbilo le informamos que volveríamos a nuestro campamento a recoger nuestras cosas y al personal que faltaba. El serio personaje asintió y nos recomendó bajar la colina por un sendero para llegar más rápido al camino de donde habíamos llegado, Juan Carlos y un servidor aceleramos la marcha para llegar rápido al campamento.

Justo cuando íbamos bajando la colina, la lluvia había disminuido considerablemente, así que nos dimos prisa para llegar a desinstalar el campamento y recoger todo con relativa “sequedad”, llegando al campamento le dimos la buena nueva a las chicas quienes rápidamente comenzaron a ayudar en la labor de desinstalación, en mitad de la tarea, la lluvia volvió a arreciar, por lo que atrasó un poco las cosas, pero en un poco tiempo ya estábamos con mochilas en hombros caminando hacia nuestra bendita salvación.
Continuará…