Bitácora de Excursión
Día 4
Parte 2
Después de una corta, húmeda y penosa caminata, pudimos llegar al ranchito, arribamos hechos una sola sopa. Con una actitud de sorpresa y calma a la vez, nuestro anfitrión al vernos llegar, nos dio el pase y repartió las habitaciones para podernos instalar; En un breve momento todos nos presentamos, así supimos que este amable pero callado muchacho se llamaba Domingo. En cuanto me adentré más a la casa pude descubrir a mi derecha la típica cocina de ranchito, rústica pero muy acogedora, ya que pude percibir el grato cobijo de una gran estufa de leña que estaba a todo lo que daba. Desgraciadamente, ese cobijo no se extendía al cuartito que ocuparíamos para pernoctar esa noche, por lo que lo primero que hice apenas pasé el umbral de la pequeña pieza que nos tocó ocupar fue desempacar la hornilla y encenderla a su máxima potencia.
Otra de las tareas que rápida y automáticamente realicé fue acondicionar un par de catres de fierro que estaban apostados en un rincón, desempaqué mis cacharros, la despensa para la comida y lo necesario para poder dormir. Ahí me di cuenta que por un tonto error no llegué a cubrir lo suficientemente bien mi sleeping mojándose una porción de los pies y la capucha. Rápidamente lo extendí y me quité la chamarra poniéndola también a secar. Yenni hacía lo propio mientras yo iba ver la situación de mis compañeros.
Juan Carlos y Gaby ya tenían desempacados sus empapados sleepings y los habían puesto a secar en el piso, asimismo, tenían un tenderete enorme en el cuarto, dado que la mayoría de su ropa había corrido la misma suerte. Observé que a Juanito se le había ocurrido la misma idea de la hornilla, así que su cuarto ya tenía también “calefacción”. Ellos pidieron permiso a Domingo para ocupar un par de sillas de la cocina como un tendedero improvisado y, abusando un poco de su confianza, pusieron su tendido cerca de la estufa para que sus trapitos se secaran con más celeridad. Les sugerí a este par que aprovecharan las vigas que atravesaban el techo de la cocina cerca de la estufa y colgaran de ahí sus sleepings, ya que iba a estar difícil que se secaran en las pocas horas que quedaban para dormir. Así lo hicieron y aquello ya parecía tianguis de ropa de segunda mano jejeje.
Pronto, ya teníamos nuestras habitaciones listas y decidimos prepararnos para la comida. Poco a poco nos fuimos organizando para sacar los cacharros y las raciones para realizar un banquete en honor de nuestro anfitrión. Éste aceptó de muy buena gana y en un santiamén teníamos la estufa bufando a todo vapor y con algunos cacharrillos prestados comenzamos a cocinar el menú del día. La comida-cena consistió en una gran ración de sopa caldosa sabor res con trocitos de carne seca, quesadillas en tortilla de harina, crema de champiñones y de postre barra energética con una buena taza de café o chocolate. Se los juro que fue todo un manjar. Entre plato y plato fuimos comentándole a Domingo nuestras peripecias de los anteriores días y pudimos gastarnos unos cuantos chascarrillos, Domingo es una persona muy reservada, por lo que los chistes los tomaba con mucha cautela, pero creo que pasó un buen rato riendo tímidamente de lo que comentábamos. La sobremesa llegó y terminamos contando historias de espantos y misterio, éstas llevaron a un mood un poco aplatanado y el sueño comenzó a hacer mella en todos. Las emociones de aquel día estaban cobrando la factura, por lo que cada quien empezó a recoger sus cacharros, guardar la comida que se había quedado y retirar la ropa que ya se había secado.
Dado que ya se nos había acabado la jornada y no íbamos a poder llegar hasta Guagueyvo, mi hermano y yo decidimos dejar el lugar temprano en la mañana dependiendo del clima que prevaleciera. La idea era esperar al patrón de Domingo para que nos diera un aventón a Samachique. Le preguntamos a Domingo algunos detalles, por lo que nos pudo informar que si bien nos iba, hasta el fin de semana se daría una vuelta por el ranchito. Eso modificó nuestros planes y decidimos tajantemente irnos al siguiente día con lluvia, truenos o relámpagos, ni modo. Otra cosa que acordamos fue dejarle a Domingo como muestra de nuestro agradecimiento, todas las raciones de comida. Sabemos que eso no pagaría ni en mil años el favorsote que de buena gana nos hizo, pero por lo menos fue un buen abono jejeje ;)
Dejar las raciones también aligeraba mucho el peso de los hombros principalmente de las chicas, reorganizaríamos las mochilas y viajaríamos más ligeros. Justo antes de irnos a dormir se nos agotaron los tanques de butano de nuestras hornillas, por lo que tuvimos que sustituirlos por unos nuevos, así también a Juan Carlos y a mí se nos reduciría el peso, pues llevábamos otra reserva de tanques aparte de las tiendas de campaña y otros aditamentos que las chicas no cargaron en sus equipos.
Pronto, la cocina quedó vacía y después de los respectivos agradecimientos a nuestro anfitrión, nos retiramos a nuestros aposentos, poco a poco el arrullo de la lluvia golpeteando sobre el techo de lámina de la casa nos llevaría a los brazos de Morfeo y descansaríamos como si no hubiera futuro.
Día 4
Parte 2
Después de una corta, húmeda y penosa caminata, pudimos llegar al ranchito, arribamos hechos una sola sopa. Con una actitud de sorpresa y calma a la vez, nuestro anfitrión al vernos llegar, nos dio el pase y repartió las habitaciones para podernos instalar; En un breve momento todos nos presentamos, así supimos que este amable pero callado muchacho se llamaba Domingo. En cuanto me adentré más a la casa pude descubrir a mi derecha la típica cocina de ranchito, rústica pero muy acogedora, ya que pude percibir el grato cobijo de una gran estufa de leña que estaba a todo lo que daba. Desgraciadamente, ese cobijo no se extendía al cuartito que ocuparíamos para pernoctar esa noche, por lo que lo primero que hice apenas pasé el umbral de la pequeña pieza que nos tocó ocupar fue desempacar la hornilla y encenderla a su máxima potencia.
Otra de las tareas que rápida y automáticamente realicé fue acondicionar un par de catres de fierro que estaban apostados en un rincón, desempaqué mis cacharros, la despensa para la comida y lo necesario para poder dormir. Ahí me di cuenta que por un tonto error no llegué a cubrir lo suficientemente bien mi sleeping mojándose una porción de los pies y la capucha. Rápidamente lo extendí y me quité la chamarra poniéndola también a secar. Yenni hacía lo propio mientras yo iba ver la situación de mis compañeros.
Juan Carlos y Gaby ya tenían desempacados sus empapados sleepings y los habían puesto a secar en el piso, asimismo, tenían un tenderete enorme en el cuarto, dado que la mayoría de su ropa había corrido la misma suerte. Observé que a Juanito se le había ocurrido la misma idea de la hornilla, así que su cuarto ya tenía también “calefacción”. Ellos pidieron permiso a Domingo para ocupar un par de sillas de la cocina como un tendedero improvisado y, abusando un poco de su confianza, pusieron su tendido cerca de la estufa para que sus trapitos se secaran con más celeridad. Les sugerí a este par que aprovecharan las vigas que atravesaban el techo de la cocina cerca de la estufa y colgaran de ahí sus sleepings, ya que iba a estar difícil que se secaran en las pocas horas que quedaban para dormir. Así lo hicieron y aquello ya parecía tianguis de ropa de segunda mano jejeje.
Pronto, ya teníamos nuestras habitaciones listas y decidimos prepararnos para la comida. Poco a poco nos fuimos organizando para sacar los cacharros y las raciones para realizar un banquete en honor de nuestro anfitrión. Éste aceptó de muy buena gana y en un santiamén teníamos la estufa bufando a todo vapor y con algunos cacharrillos prestados comenzamos a cocinar el menú del día. La comida-cena consistió en una gran ración de sopa caldosa sabor res con trocitos de carne seca, quesadillas en tortilla de harina, crema de champiñones y de postre barra energética con una buena taza de café o chocolate. Se los juro que fue todo un manjar. Entre plato y plato fuimos comentándole a Domingo nuestras peripecias de los anteriores días y pudimos gastarnos unos cuantos chascarrillos, Domingo es una persona muy reservada, por lo que los chistes los tomaba con mucha cautela, pero creo que pasó un buen rato riendo tímidamente de lo que comentábamos. La sobremesa llegó y terminamos contando historias de espantos y misterio, éstas llevaron a un mood un poco aplatanado y el sueño comenzó a hacer mella en todos. Las emociones de aquel día estaban cobrando la factura, por lo que cada quien empezó a recoger sus cacharros, guardar la comida que se había quedado y retirar la ropa que ya se había secado.
Dado que ya se nos había acabado la jornada y no íbamos a poder llegar hasta Guagueyvo, mi hermano y yo decidimos dejar el lugar temprano en la mañana dependiendo del clima que prevaleciera. La idea era esperar al patrón de Domingo para que nos diera un aventón a Samachique. Le preguntamos a Domingo algunos detalles, por lo que nos pudo informar que si bien nos iba, hasta el fin de semana se daría una vuelta por el ranchito. Eso modificó nuestros planes y decidimos tajantemente irnos al siguiente día con lluvia, truenos o relámpagos, ni modo. Otra cosa que acordamos fue dejarle a Domingo como muestra de nuestro agradecimiento, todas las raciones de comida. Sabemos que eso no pagaría ni en mil años el favorsote que de buena gana nos hizo, pero por lo menos fue un buen abono jejeje ;)
Dejar las raciones también aligeraba mucho el peso de los hombros principalmente de las chicas, reorganizaríamos las mochilas y viajaríamos más ligeros. Justo antes de irnos a dormir se nos agotaron los tanques de butano de nuestras hornillas, por lo que tuvimos que sustituirlos por unos nuevos, así también a Juan Carlos y a mí se nos reduciría el peso, pues llevábamos otra reserva de tanques aparte de las tiendas de campaña y otros aditamentos que las chicas no cargaron en sus equipos.
Pronto, la cocina quedó vacía y después de los respectivos agradecimientos a nuestro anfitrión, nos retiramos a nuestros aposentos, poco a poco el arrullo de la lluvia golpeteando sobre el techo de lámina de la casa nos llevaría a los brazos de Morfeo y descansaríamos como si no hubiera futuro.
Aún no sabíamos que al siguiente día pasaríamos la prueba final para dejar ese precioso trozo de la Sierra Tarahumara.
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