Bitácora de Excursión
Día 5
Parte 1
El arrullador golpeteo de las gotas en el techo de lámina de la casa me iba volviendo poco a poco a la realidad. Un tanto confuso y desorientado recordé dónde habíamos acabado el día anterior, me costó un poco de trabajo despertarme completamente. Tal “atarantamiento” se lo debo al constante escuchar del “ruido blanco”… …no sé. Ya eran alrededor de las 8 de la mañana y por una de las ventanas del cuarto se podía apreciar que el sol hacía refulgir el gran y cerrado cúmulo de nubes grises que no se habían cansado de descargar su contenido desde el día anterior. La temperatura tampoco había subido ni un ápice, por lo que se auguraba una pesada jornada de caminata para alcanzar Samachique y volver a nuestro hogar. Una pieza aguda de fierro del catre en el que reposaba se estaba enterrando en mi espalda recordándome que debía levantarme o soportar un poco más la tortura. Opté por lo primero.
Le hablé a Yenni para comenzar a prepararnos, ella ya estaba también despierta, por lo que pronto ya estábamos envolviendo los sleeping bag y desempacando las raciones de nuestras despensas para dejárselas al buen Domingo como habíamos quedado. Afortunadamente todo lo importante lo llevábamos en wet bags, por lo que al reorganizar las mochilas el espacio se redujo considerablemente en ambas, deshaciéndonos de bastante peso.
Los demás aditamentos quedaron preparados y en tiempo récord estábamos listos para partir. Decidí pasar a la pieza adjunta en la que Juan Carlos y Gaby habían pernoctado y me percaté que ellos ya estaban también a punto de terminar de prepararse. Domingo no se encontraba en la casa, así que mientras esperábamos a que apareciera mi hermano y yo decidimos hacer el itinerario de esa jornada. Recordamos que el día que llegamos a Samachique (día 1) vimos llegar un camión de una línea local que conectaba a este poblado con Creel. Si apresurábamos el paso deberíamos llegar a Samachique a tiempo para tomar ese autobús, de lo contrario, deberíamos quedarnos otro día más hasta que volviese a pasar. El tiempo que teníamos para recorrer 20 kms. con una temperatura de 5 grados y una intensa e imparable llovizna gélida era hasta las 3 de la tarde, de lo contrario, la caminata resultaría inservible. Duramos 2 días para llegar hasta donde estábamos y teníamos que hacerlo ese día en 6 horas bajo condiciones no tan agradables. Las chicas valientemente estuvieron de acuerdo, echamos el volado y decidimos arriesgarnos.
En eso estábamos cuando llegó Domingo, le comentamos que debíamos partir y que le dejábamos las despensas como muestra de nuestra gratitud, éste sólo asintió con gusto y nos advirtió que los aguajes y arroyos que atraviesan todo el camino hacia Samachique habían crecido durante toda la noche, que sólo tuviéramos cuidado. Mientras nos decía eso me pasó por la mente el día que el buen samaritano de Samuel nos dio un aventón en su camioneta, pasamos por varios de esos arroyos y aguajes e iban a sumarse como otro inconveniente a la ya nutrida lista. Aspiré profundamente y confié en que no sería grave.
Mientras terminábamos de hablar con Domingo se me ocurrió la idea de dejarle a Don Leonel una carta de agradecimiento, mientras la redactaba, el personal terminó de arreglar sus equipos y estaban preparados para salir. Al terminar de escribir la misiva, le di instrucciones a Domingo de dársela a Don Leonel y acto seguido comenzamos a ponernos los ponchos, ajustarnos las mochilas y después de la respectivas despedidas, a comenzar la caminata. El reloj marcaba alrededor de las 9 de la mañana. Poco a poco íbamos dejando atrás el apacible y bucólico ranchito de la colina.
El gélido clima nos bendijo con la ausencia de viento, aún así, la fina llovizna que caía inclemente se metía por todos lados, pronto nos dimos cuenta que los ponchos no servirían de mucho. Por otro lado, el paisaje que teníamos frente a nosotros era soberbio, a lo lejos podíamos apreciar algunas crestas de montañas siendo acariciadas por aletargados y fantasmagóricos retazos de niebla, otros tantos se arrastraban a ras del suelo como si fueran unas etéreas y gigantes orugas. El espectáculo de esa mañana era sumamente bello. Siento mucho no haber podido tomar fotos ese día, pero la verdad temí por el funcionamiento adecuado de mi cámara, ya que había mucha humedad en el ambiente y no había un solo rincón que la lluvia no alcanzara. Lo siento, esta reseña va a quedar “en blanco” jejeje.
Bien, después de avanzar un buen par de kilómetros, Pudimos ver varias camionetas dirigiéndose a los poblados aledaños, eso era una buena señal, a pesar del mal clima, el "tráfico" no se había detenido. De pronto, de una curva del sinuoso camino emergió un vehículo conocido, era nada más ni nada menos que Don Leonel. El señor con mucha paciencia se detuvo al lado del camino y nos saludó sonriente, nuevamente nos veía con una mezcla de incredulidad y asombro. Le dimos personalmente las gracias por su disposición y le informamos que nos habíamos quedado en su propiedad, lo cual le dio un enorme gusto. Nos informó que las camionetas que habíamos visto pasar iban a volver a Samachique durante el día, así que si se ponían las cosas feas en el camino recurriéramos a esas personas. Agradecimos nuevamente la ayuda prestada y pronto su camioneta desaparecía dando tumbos por el camino del espeso bosque. Todos comenzamos a reanudar la marcha, al mismo tiempo que la llovizna se volvía una lluvia un poco más tupida. Yenni y yo comenzamos a dejar atrás a los muchachos; ellos venían deteniéndose con mucha frecuencia, por lo que hacía un poco desesperante el desplazamiento. Asumí que ellos ya sabían el itinerario establecido, por lo que comencé a acelerar el paso para que ellos siguieran el ritmo a lo cual sólo Yenni respondió. En pocos minutos ya no vimos rastros de los muchachos.
De vez en vez nos deteníamos para comer una “bombita de carbohidratos”, rehidratarnos y recobrar el aliento. En esos intervalos de breve descanso detectábamos qué tan mojados estábamos. Mi temor más apremiante era que cayéramos en un shock hipotérmico, ya que sólo las perneras las teníamos secas, todo el torso lo sentíamos empapado gracias a la fina lluvia como al copioso sudor que despedíamos desde dentro de nuestras ropas. “Mientras siguiéramos en movimiento, no pasaría nada” -me decía- así que por esos momentos saqué de mi mente esas ideas. Disimuladamente le preguntaba cosas a Yenni para medir su velocidad de respuesta y detectar estadios tempranos de hipotermia, asimismo le pedía que me informara si padecía de frío anormal o intenso en alguna parte de su cuerpo, a lo cual me informó que parecía estar en orden. Todo indicaba que andábamos dentro de los niveles normales… …por el momento.
Las verdaderas pruebas comenzaron cuando varios aguajes y arroyos comenzaron a atravesar el camino con su serpenteante y fuerte corriente. Como nos había advertido Domingo, la lluvia de todo un día y medio había hecho crecer los caudales, así que cada vez que una de estas corrientes truncaba nuestro camino, teníamos que buscar el lado más estrecho para atravesarla, a veces desviándonos de 50 a 200 metros del punto inicial. En un par de ocasiones tuvimos que aventarnos cual ranas de estanque para alcanzar la otra orilla y seguir con el camino, lo cual le puso un poco de chispa y emoción a la monótona caminata. Terminábamos un poco enlodados y muertos de la risa, por lo que fue bastante divertido. En una ocasión tuve que lanzar a Yenni y su mochila por los aires cual monito de caricatura para que alcanzara la orilla; dado que es un poco bajita de estatura batallaba un poco más que yo, que con un par de zancadas alcanzaba a llegar, así que algunas corrientes no supusieron gran reto para mi ;) sin presunción ¿eh? jejeje. Lo que si comenzamos a notar fue la distancia cada vez más grande que teníamos que salvar para llegar hacia la otra orilla, y los recursos como ramas bajas de árboles cercanos a la corriente, salto con pértiga improvisada, “puentes” naturales de piedra y otras macgyverías también escaseaban o se volvían inoperantes. El tiempo seguía su inexorable marcha y eso nos detenía cada vez más, poniéndole más presión al asunto. Por otra parte, una cosa buena que indicaba la gran cantidad de aguajes atravesando el camino, era la cercanía del poblado de Samachique, así que también era un gran aliciente para no desistir en nuestros intentos.
Continuará…
Día 5
Parte 1
El arrullador golpeteo de las gotas en el techo de lámina de la casa me iba volviendo poco a poco a la realidad. Un tanto confuso y desorientado recordé dónde habíamos acabado el día anterior, me costó un poco de trabajo despertarme completamente. Tal “atarantamiento” se lo debo al constante escuchar del “ruido blanco”… …no sé. Ya eran alrededor de las 8 de la mañana y por una de las ventanas del cuarto se podía apreciar que el sol hacía refulgir el gran y cerrado cúmulo de nubes grises que no se habían cansado de descargar su contenido desde el día anterior. La temperatura tampoco había subido ni un ápice, por lo que se auguraba una pesada jornada de caminata para alcanzar Samachique y volver a nuestro hogar. Una pieza aguda de fierro del catre en el que reposaba se estaba enterrando en mi espalda recordándome que debía levantarme o soportar un poco más la tortura. Opté por lo primero.
Le hablé a Yenni para comenzar a prepararnos, ella ya estaba también despierta, por lo que pronto ya estábamos envolviendo los sleeping bag y desempacando las raciones de nuestras despensas para dejárselas al buen Domingo como habíamos quedado. Afortunadamente todo lo importante lo llevábamos en wet bags, por lo que al reorganizar las mochilas el espacio se redujo considerablemente en ambas, deshaciéndonos de bastante peso.
Los demás aditamentos quedaron preparados y en tiempo récord estábamos listos para partir. Decidí pasar a la pieza adjunta en la que Juan Carlos y Gaby habían pernoctado y me percaté que ellos ya estaban también a punto de terminar de prepararse. Domingo no se encontraba en la casa, así que mientras esperábamos a que apareciera mi hermano y yo decidimos hacer el itinerario de esa jornada. Recordamos que el día que llegamos a Samachique (día 1) vimos llegar un camión de una línea local que conectaba a este poblado con Creel. Si apresurábamos el paso deberíamos llegar a Samachique a tiempo para tomar ese autobús, de lo contrario, deberíamos quedarnos otro día más hasta que volviese a pasar. El tiempo que teníamos para recorrer 20 kms. con una temperatura de 5 grados y una intensa e imparable llovizna gélida era hasta las 3 de la tarde, de lo contrario, la caminata resultaría inservible. Duramos 2 días para llegar hasta donde estábamos y teníamos que hacerlo ese día en 6 horas bajo condiciones no tan agradables. Las chicas valientemente estuvieron de acuerdo, echamos el volado y decidimos arriesgarnos.
En eso estábamos cuando llegó Domingo, le comentamos que debíamos partir y que le dejábamos las despensas como muestra de nuestra gratitud, éste sólo asintió con gusto y nos advirtió que los aguajes y arroyos que atraviesan todo el camino hacia Samachique habían crecido durante toda la noche, que sólo tuviéramos cuidado. Mientras nos decía eso me pasó por la mente el día que el buen samaritano de Samuel nos dio un aventón en su camioneta, pasamos por varios de esos arroyos y aguajes e iban a sumarse como otro inconveniente a la ya nutrida lista. Aspiré profundamente y confié en que no sería grave.
Mientras terminábamos de hablar con Domingo se me ocurrió la idea de dejarle a Don Leonel una carta de agradecimiento, mientras la redactaba, el personal terminó de arreglar sus equipos y estaban preparados para salir. Al terminar de escribir la misiva, le di instrucciones a Domingo de dársela a Don Leonel y acto seguido comenzamos a ponernos los ponchos, ajustarnos las mochilas y después de la respectivas despedidas, a comenzar la caminata. El reloj marcaba alrededor de las 9 de la mañana. Poco a poco íbamos dejando atrás el apacible y bucólico ranchito de la colina.
El gélido clima nos bendijo con la ausencia de viento, aún así, la fina llovizna que caía inclemente se metía por todos lados, pronto nos dimos cuenta que los ponchos no servirían de mucho. Por otro lado, el paisaje que teníamos frente a nosotros era soberbio, a lo lejos podíamos apreciar algunas crestas de montañas siendo acariciadas por aletargados y fantasmagóricos retazos de niebla, otros tantos se arrastraban a ras del suelo como si fueran unas etéreas y gigantes orugas. El espectáculo de esa mañana era sumamente bello. Siento mucho no haber podido tomar fotos ese día, pero la verdad temí por el funcionamiento adecuado de mi cámara, ya que había mucha humedad en el ambiente y no había un solo rincón que la lluvia no alcanzara. Lo siento, esta reseña va a quedar “en blanco” jejeje.
Bien, después de avanzar un buen par de kilómetros, Pudimos ver varias camionetas dirigiéndose a los poblados aledaños, eso era una buena señal, a pesar del mal clima, el "tráfico" no se había detenido. De pronto, de una curva del sinuoso camino emergió un vehículo conocido, era nada más ni nada menos que Don Leonel. El señor con mucha paciencia se detuvo al lado del camino y nos saludó sonriente, nuevamente nos veía con una mezcla de incredulidad y asombro. Le dimos personalmente las gracias por su disposición y le informamos que nos habíamos quedado en su propiedad, lo cual le dio un enorme gusto. Nos informó que las camionetas que habíamos visto pasar iban a volver a Samachique durante el día, así que si se ponían las cosas feas en el camino recurriéramos a esas personas. Agradecimos nuevamente la ayuda prestada y pronto su camioneta desaparecía dando tumbos por el camino del espeso bosque. Todos comenzamos a reanudar la marcha, al mismo tiempo que la llovizna se volvía una lluvia un poco más tupida. Yenni y yo comenzamos a dejar atrás a los muchachos; ellos venían deteniéndose con mucha frecuencia, por lo que hacía un poco desesperante el desplazamiento. Asumí que ellos ya sabían el itinerario establecido, por lo que comencé a acelerar el paso para que ellos siguieran el ritmo a lo cual sólo Yenni respondió. En pocos minutos ya no vimos rastros de los muchachos.
De vez en vez nos deteníamos para comer una “bombita de carbohidratos”, rehidratarnos y recobrar el aliento. En esos intervalos de breve descanso detectábamos qué tan mojados estábamos. Mi temor más apremiante era que cayéramos en un shock hipotérmico, ya que sólo las perneras las teníamos secas, todo el torso lo sentíamos empapado gracias a la fina lluvia como al copioso sudor que despedíamos desde dentro de nuestras ropas. “Mientras siguiéramos en movimiento, no pasaría nada” -me decía- así que por esos momentos saqué de mi mente esas ideas. Disimuladamente le preguntaba cosas a Yenni para medir su velocidad de respuesta y detectar estadios tempranos de hipotermia, asimismo le pedía que me informara si padecía de frío anormal o intenso en alguna parte de su cuerpo, a lo cual me informó que parecía estar en orden. Todo indicaba que andábamos dentro de los niveles normales… …por el momento.
Las verdaderas pruebas comenzaron cuando varios aguajes y arroyos comenzaron a atravesar el camino con su serpenteante y fuerte corriente. Como nos había advertido Domingo, la lluvia de todo un día y medio había hecho crecer los caudales, así que cada vez que una de estas corrientes truncaba nuestro camino, teníamos que buscar el lado más estrecho para atravesarla, a veces desviándonos de 50 a 200 metros del punto inicial. En un par de ocasiones tuvimos que aventarnos cual ranas de estanque para alcanzar la otra orilla y seguir con el camino, lo cual le puso un poco de chispa y emoción a la monótona caminata. Terminábamos un poco enlodados y muertos de la risa, por lo que fue bastante divertido. En una ocasión tuve que lanzar a Yenni y su mochila por los aires cual monito de caricatura para que alcanzara la orilla; dado que es un poco bajita de estatura batallaba un poco más que yo, que con un par de zancadas alcanzaba a llegar, así que algunas corrientes no supusieron gran reto para mi ;) sin presunción ¿eh? jejeje. Lo que si comenzamos a notar fue la distancia cada vez más grande que teníamos que salvar para llegar hacia la otra orilla, y los recursos como ramas bajas de árboles cercanos a la corriente, salto con pértiga improvisada, “puentes” naturales de piedra y otras macgyverías también escaseaban o se volvían inoperantes. El tiempo seguía su inexorable marcha y eso nos detenía cada vez más, poniéndole más presión al asunto. Por otra parte, una cosa buena que indicaba la gran cantidad de aguajes atravesando el camino, era la cercanía del poblado de Samachique, así que también era un gran aliciente para no desistir en nuestros intentos.
Continuará…
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