Qué Tal?
Una disculpa a mis 3 lectores por haber dejado tanto tiempo sin publicar, la carga laboral y otros tantos pendientes de este incipiente año me han alejado de este espacio, por lo que esta vez aprovecharé este respiro en mi día para comentarles la pequeña aventurilla en la que nos embarcamos un pequeño grupo de amigos y su servidor a principios del pasado mes de enero en la zona de Guagueyvo.
Esto vino indirectamente a sustituir la segunda incursión que teníamos planeada para este año en la zona en su edición “Trekking Challenge 08”, pero que por causas de fuerza mayor no se logró completar. Todo comenzó cuando un amigo mío y un grupo de conocidos suyos habían tenido la inquietud de ir a pasar un par de días por aquellas tierras serranas, se estaban preparando para realizar el viaje y me pidieron que contactara a una persona que tuviera experiencia en guías y vehículo 4x4 para llevarlos a todos. Se contactó exitosamente con un experimentado guía conocido mío que dirige una empresa de turismo de aventura y a partir de ahí, sólo fue cuestión de ajustar los detalles de la despensa, equipo y fecha de salida. Ah! y por tanto, me pude colar en su excursión jeje!.
DÍA 1
Llegó la mañana del 2 de enero del presente y poco a poco fueron llegando los miembros de la excursión, empacando cada cual sus pertrechos a la camioneta de nuestro guía. Al punto de las 7:30 aproximadamente fuimos saliendo de Chihuahua capital para dirigirnos a nuestro destino. El camino transcurrió sin contratiempos, el clima que había pronosticado el Servicio Meteorológico Nacional era de intenso frío con “altas probabilidades de agua-nieve o nieve en la zona serrana”. Al leer eso en los reportes de Internet antes de partir, pensé con un escalofrío en mi espalda, que iba a ser como el año pasado. Por fortuna (y esta vez es la única que le agradezco la falta de tino del SMN) el clima aunque muy frío no presentó asomos de nublados amenazantes o lluvias. Cabe mencionar que poco antes de llegar al valle de Cuauhtémoc se tornó el ambiente sumamente fresco y frío, y al hacer una “parada estratégica” (WC jeje!) en el poblado de “La Junta”, pude constatar en mi termómetro que la temperatura oscilaba entre los 3 y 5 grados Centígrados. Creo que esta temperatura sería lo más frío que pudimos estar en todo el viaje.
Después de un desayuno en la camioneta y una charla amena donde curiosamente la mayoría de los miembros de la excusión salimos conocidos por medio de amigos comunes, situación que se prestó para futuros chascarrillos, pudimos llegar a mediodía al poblado de San Juanito, Cabecera municipal del municipio de Bocoyna. Ahí pudimos disfrutar de un almuerzo en toda forma y comentar detalles de la excursión.
Todo transcurrió con suma normalidad después de partir del pueblo, por lo que a pocos kilómetros de llegar al entronque con Samachique, la camioneta sufrió un desperfecto leve que nos puso a todos en guardia, pero que afortunadamente se pudo solucionar con las refacciones que nuestro guía llevaba.
Al poco tiempo llegábamos a las inmediaciones del entronque y comenzamos a internarnos en el camino de terracería. Poco a poco me fueron llegando retazos de recuerdos de cuando en cuando, ya que veía algunos recovecos del camino sumamente familiares, lugares donde pasamos la noche o donde fue algo dura la caminata, pronto caí en un profundo sopor del cual no despertaría hasta bastante entrado el camino.
En cuanto me desperté, pude constatar que llegábamos a los entronques con el poblado de Guaguachique y otros tantos aledaños, la tarde ya estaba avanzada, por lo que comencé a caer en cuenta que probablemente no llegaríamos con luz al pueblo de Guagueyvo. Con la pericia de varios años de piloto bajo las duras condiciones del terreno, nuestro guía fue ganándole a los escarpados y sinuosos trazados del camino y disfruté de la hermosa vista que ese pedazo del planeta puede ofrecer. El clima, curiosamente era muy agradable, a pesar de estar en medio invierno en la zona de la alta sierra Tarahumara. El sol nunca dejó de proveernos sus apenas cálidos rayos. Después de un tedioso último tramo, pudimos llegar a las afueras del pueblito de Guagueyvo. El sol ya estaba terminando de ponerse cuando llegamos a ese punto, por lo que ahora la preocupación era buscar un refugio para el grupo y pasar la noche.
Recordamos que la primer incursión a este poblado nos dieron oportunidad de quedarnos en el albergue que utilizan los niños de la escuela local, dado que era inicio de año y el consiguiente puente vacacional, consideramos factible la estancia sin afectar la actividad escolar, así que nuestro refugio ya estaba prácticamente asegurado. A los pocos minutos ya estábamos ahí negociando la estancia con nuestros anfitriones, Don Jesús y sus hijos nos facilitaron la estancia y amablemente nos proporcionaron todo lo necesario.
Después de descansar un poco, cenar y preparar todo para pernoctar, nos reunimos en la fogata para departir alegremente con una guitarra y plática amena. El cansancio fue mermando poco a poco el ánimo y nos dispusimos a ocupar nuestros aposentos, quedamos de acuerdo con uno de los hijos de Don Jesús para que nos diera un tour hacia el fondo de la barranca, hacia el río Urique. Así dimos por terminado el día.
DÍA 2
Cuando me desperté, ya algunos se habían preparado para desayunar, El hijo de Don Jesús, Víctor, ya estaba esperando a todo mundo para salir, así que poco a poco nos fuimos preparando, empacamos unas pocas viandas para comerlas al llegar al río y me ajusté mi cinturón de supervivencia. Víctor, nuestro guía, nos pronosticó una caminata de por lo menos dos horas, alegando que la mayoría del contingente estaba ya algo grande de edad y que iríamos a un paso lento. Después del recuento de pertrechos y personal, partimos a eso de las 11 de la mañana guiados por Víctor, su mula y un hermano menor. El camino, que se antojaba relativamente “fácil y de bajadita”, fue mas largo y sinuoso de lo que pensaba, y las dos horas que había anticipado Víctor se volvieron tres y luego cuatro y luego cinco hasta llegar al río. A pesar de que el camino fue solamente de resistir a la gravedad, ya que había partes en los que la pendiente era de unos 60 a 70º, y que no envolvía mucho esfuerzo, si me vi un poco cansado. Pudimos descansar un poco a la orilla del río en sus frías arenas. Como es común en esta parte de la sierra, en el pueblito de Guagueyvo pudimos estar apenas rozando los 9ºC por la mañana, en el fondo de la barranca se podían sentir unos agradables 16ºC.
Pronto encendimos las estufitas a gas que llevábamos y en un momento a otro ya estábamos degustando nuestras ricas sopitas instantáneas, jajaja. Descansamos otro tanto al terminar de comer y súbitamente nos dimos cuenta de dos factores: el primero fue la poca luz de sol que nos quedaba, algo así como menos de una hora y la segunda aparejada a ésta, que si tardamos 5 horas en bajar, tardaríamos poco más en subir, ya que prácticamente “escalaríamos” por la sinuosa y empinada vereda por la cual llegamos.
Sin más comida que lo que habíamos ya deglutido, con las reservas de agua prácticamente agotadas, y sin más cubierta que nuestras chamarras, chaquetas y chalecos, decidimos jugárnosla y quedarnos la noche y partir al amanecer. Nuestro guía Víctor accedió a quedarse con nosotros y en unos minutos decidimos el lugar de nuestro improvisado campamento. Fue un recoveco que hacía el río el cual remataba en una pared de piedra de unos 5 metros. Como el río no llevaba demasiado caudal, había muchos bancos de arena que nos servirían como nuestro colchón, pronto nos organizamos para juntar la mayor cantidad de leña para pasar la noche. La temperatura agradable del día comenzó a dar paso a un frescor bastante acusado y pronto nos apertrechamos en la pared de piedra. Habiéndose puesto el sol, ya contábamos con una hoguera en marcha, cada quien escogió su trozo de “playa” y la plática acerca del descenso no se hizo esperar, cada quien dio su punto de vista, aderezándolo con uno que otro chascarrillo, hasta que poco a poco el cansancio fue mermando los ánimos, dado que nuestro piloto 4x4 y yo traíamos equipo de supervivencia, nos dimos a la tarea de llenar las botellas de agua en el río y purificarlas con unas gotas de esterilizante, el agua ya estaba asegurada, pero el hambre comenzó a merodear, así que de pronto cada miembro de la excursión fue sacando de sus bolsillos pequeños restos de comida como barras de chocolate a medias, paquetes de galletas e incluso nuestro piloto aportó unas pencas de nopal asadas al fuego para completar la cena.
Habiendo disfrutado del escaso menú, cada quien se dispuso a dormir. Nuestro piloto nos aconsejó confeccionar una cama de brasas y así lo hicimos. El gusto nos duró pocos minutos ya que el frío para entonces era bastante más duro, yo tuve a bien hacerme bolita en mi “trinchera” acomodé mi lona de emergencia debajo mío, y me tapé con mi poncho. Como llevaba un chaleco, metí mis brazos dentro de la prenda generando extra calor y ajusté la capucha impermeable a mi cabeza. Tengo que confesar que fue la experiencia más sobrecogedora del viaje, pues estaba ahí, tirado en la arena, cobijado sólo con el intermitente calor de la fogata, las gigantescas paredes de piedra de barrancas y un majestuoso y estrellado cielo de invierno.
A las pocas horas un par de miembros de la excursión me despertaron para acompañarles a buscar mas leña pues ya se había agotado, era entrada la madrugada y los sonidos nocturnos se habían magnificado enormemente. Podíamos escuchar algunos gruñidos, aullidos y ramas quebrándose bajo el peso de algún animal, algunos de estos sonidos provenían de ecos que viajaban a lo largo de la barranca, otros, tenían un origen cercano a nuestra posición. Lo helado de nuestros huesos y el castañeo de nuestros dientes nos volvían a recordar la tarea que teníamos, pudimos caminar varias decenas de metros para acaparar más combustible para la hoguera, de cuando en cuando mi vista se veía nublada por mi vaho exhalado cerca del haz de luz que expedía mi linterna “manos libres”. Pronto teníamos nuestro fuego de nuevo en marcha, y a partir de ahí ya no pude pegar el ojo del todo bien. El amanecer comenzó a rayar en el horizonte, por lo que todo mundo comenzó a prepararse para partir. El buen humor volvió y todos ya estábamos frescos como una lechuga –LITERALMENTE- y subiendo la pared de la barranca hacia nuestro campamento base. Nuestro piloto y el guía llegaron en una hora, un servidor y un par de compañeros más lo hicimos en tres y el último contingente lo hizo en 5 por lo que ese tiempo de desfase sirvió a cada cual para preparar su equipaje para la vuelta. Quien iba llegando, mitigaba su cansancio y su hambre y pronto todos ya estábamos listos para concluir nuestra visita a aquella preciosa tierra.
Nos despedimos de Víctor y de Don Jesús, agradeciéndoles todas sus amables atenciones, y así como llegamos, pronto dejábamos Guagueyvo llevándonos otros tantos buenos recuerdos y experiencias. Por lo menos para mí fue una increíble forma de comenzar el presente año, vaya que si.
El camino de regreso no se caracterizó por algo en particular, salvo que llegamos al poblado de Creel al anochecer para comer-cenar y de ahí a la capital del Estado a la cual pudimos llegar entrada la noche.
Bien, pues con esto concluye el relato de esta excursión, que, como les comentaba al principio, no fue precisamente la continuación del Trekking challenge que teníamos planeada para este año, pero fue igual de enriquecedora y emocionante.
Nos vemos en la próxima, Cuídense!
Garrison
Una disculpa a mis 3 lectores por haber dejado tanto tiempo sin publicar, la carga laboral y otros tantos pendientes de este incipiente año me han alejado de este espacio, por lo que esta vez aprovecharé este respiro en mi día para comentarles la pequeña aventurilla en la que nos embarcamos un pequeño grupo de amigos y su servidor a principios del pasado mes de enero en la zona de Guagueyvo.
Esto vino indirectamente a sustituir la segunda incursión que teníamos planeada para este año en la zona en su edición “Trekking Challenge 08”, pero que por causas de fuerza mayor no se logró completar. Todo comenzó cuando un amigo mío y un grupo de conocidos suyos habían tenido la inquietud de ir a pasar un par de días por aquellas tierras serranas, se estaban preparando para realizar el viaje y me pidieron que contactara a una persona que tuviera experiencia en guías y vehículo 4x4 para llevarlos a todos. Se contactó exitosamente con un experimentado guía conocido mío que dirige una empresa de turismo de aventura y a partir de ahí, sólo fue cuestión de ajustar los detalles de la despensa, equipo y fecha de salida. Ah! y por tanto, me pude colar en su excursión jeje!.
DÍA 1
Llegó la mañana del 2 de enero del presente y poco a poco fueron llegando los miembros de la excursión, empacando cada cual sus pertrechos a la camioneta de nuestro guía. Al punto de las 7:30 aproximadamente fuimos saliendo de Chihuahua capital para dirigirnos a nuestro destino. El camino transcurrió sin contratiempos, el clima que había pronosticado el Servicio Meteorológico Nacional era de intenso frío con “altas probabilidades de agua-nieve o nieve en la zona serrana”. Al leer eso en los reportes de Internet antes de partir, pensé con un escalofrío en mi espalda, que iba a ser como el año pasado. Por fortuna (y esta vez es la única que le agradezco la falta de tino del SMN) el clima aunque muy frío no presentó asomos de nublados amenazantes o lluvias. Cabe mencionar que poco antes de llegar al valle de Cuauhtémoc se tornó el ambiente sumamente fresco y frío, y al hacer una “parada estratégica” (WC jeje!) en el poblado de “La Junta”, pude constatar en mi termómetro que la temperatura oscilaba entre los 3 y 5 grados Centígrados. Creo que esta temperatura sería lo más frío que pudimos estar en todo el viaje.
Después de un desayuno en la camioneta y una charla amena donde curiosamente la mayoría de los miembros de la excusión salimos conocidos por medio de amigos comunes, situación que se prestó para futuros chascarrillos, pudimos llegar a mediodía al poblado de San Juanito, Cabecera municipal del municipio de Bocoyna. Ahí pudimos disfrutar de un almuerzo en toda forma y comentar detalles de la excursión.
Todo transcurrió con suma normalidad después de partir del pueblo, por lo que a pocos kilómetros de llegar al entronque con Samachique, la camioneta sufrió un desperfecto leve que nos puso a todos en guardia, pero que afortunadamente se pudo solucionar con las refacciones que nuestro guía llevaba.
Al poco tiempo llegábamos a las inmediaciones del entronque y comenzamos a internarnos en el camino de terracería. Poco a poco me fueron llegando retazos de recuerdos de cuando en cuando, ya que veía algunos recovecos del camino sumamente familiares, lugares donde pasamos la noche o donde fue algo dura la caminata, pronto caí en un profundo sopor del cual no despertaría hasta bastante entrado el camino.
En cuanto me desperté, pude constatar que llegábamos a los entronques con el poblado de Guaguachique y otros tantos aledaños, la tarde ya estaba avanzada, por lo que comencé a caer en cuenta que probablemente no llegaríamos con luz al pueblo de Guagueyvo. Con la pericia de varios años de piloto bajo las duras condiciones del terreno, nuestro guía fue ganándole a los escarpados y sinuosos trazados del camino y disfruté de la hermosa vista que ese pedazo del planeta puede ofrecer. El clima, curiosamente era muy agradable, a pesar de estar en medio invierno en la zona de la alta sierra Tarahumara. El sol nunca dejó de proveernos sus apenas cálidos rayos. Después de un tedioso último tramo, pudimos llegar a las afueras del pueblito de Guagueyvo. El sol ya estaba terminando de ponerse cuando llegamos a ese punto, por lo que ahora la preocupación era buscar un refugio para el grupo y pasar la noche.
Recordamos que la primer incursión a este poblado nos dieron oportunidad de quedarnos en el albergue que utilizan los niños de la escuela local, dado que era inicio de año y el consiguiente puente vacacional, consideramos factible la estancia sin afectar la actividad escolar, así que nuestro refugio ya estaba prácticamente asegurado. A los pocos minutos ya estábamos ahí negociando la estancia con nuestros anfitriones, Don Jesús y sus hijos nos facilitaron la estancia y amablemente nos proporcionaron todo lo necesario.
Después de descansar un poco, cenar y preparar todo para pernoctar, nos reunimos en la fogata para departir alegremente con una guitarra y plática amena. El cansancio fue mermando poco a poco el ánimo y nos dispusimos a ocupar nuestros aposentos, quedamos de acuerdo con uno de los hijos de Don Jesús para que nos diera un tour hacia el fondo de la barranca, hacia el río Urique. Así dimos por terminado el día.
DÍA 2
Cuando me desperté, ya algunos se habían preparado para desayunar, El hijo de Don Jesús, Víctor, ya estaba esperando a todo mundo para salir, así que poco a poco nos fuimos preparando, empacamos unas pocas viandas para comerlas al llegar al río y me ajusté mi cinturón de supervivencia. Víctor, nuestro guía, nos pronosticó una caminata de por lo menos dos horas, alegando que la mayoría del contingente estaba ya algo grande de edad y que iríamos a un paso lento. Después del recuento de pertrechos y personal, partimos a eso de las 11 de la mañana guiados por Víctor, su mula y un hermano menor. El camino, que se antojaba relativamente “fácil y de bajadita”, fue mas largo y sinuoso de lo que pensaba, y las dos horas que había anticipado Víctor se volvieron tres y luego cuatro y luego cinco hasta llegar al río. A pesar de que el camino fue solamente de resistir a la gravedad, ya que había partes en los que la pendiente era de unos 60 a 70º, y que no envolvía mucho esfuerzo, si me vi un poco cansado. Pudimos descansar un poco a la orilla del río en sus frías arenas. Como es común en esta parte de la sierra, en el pueblito de Guagueyvo pudimos estar apenas rozando los 9ºC por la mañana, en el fondo de la barranca se podían sentir unos agradables 16ºC.
Pronto encendimos las estufitas a gas que llevábamos y en un momento a otro ya estábamos degustando nuestras ricas sopitas instantáneas, jajaja. Descansamos otro tanto al terminar de comer y súbitamente nos dimos cuenta de dos factores: el primero fue la poca luz de sol que nos quedaba, algo así como menos de una hora y la segunda aparejada a ésta, que si tardamos 5 horas en bajar, tardaríamos poco más en subir, ya que prácticamente “escalaríamos” por la sinuosa y empinada vereda por la cual llegamos.
Sin más comida que lo que habíamos ya deglutido, con las reservas de agua prácticamente agotadas, y sin más cubierta que nuestras chamarras, chaquetas y chalecos, decidimos jugárnosla y quedarnos la noche y partir al amanecer. Nuestro guía Víctor accedió a quedarse con nosotros y en unos minutos decidimos el lugar de nuestro improvisado campamento. Fue un recoveco que hacía el río el cual remataba en una pared de piedra de unos 5 metros. Como el río no llevaba demasiado caudal, había muchos bancos de arena que nos servirían como nuestro colchón, pronto nos organizamos para juntar la mayor cantidad de leña para pasar la noche. La temperatura agradable del día comenzó a dar paso a un frescor bastante acusado y pronto nos apertrechamos en la pared de piedra. Habiéndose puesto el sol, ya contábamos con una hoguera en marcha, cada quien escogió su trozo de “playa” y la plática acerca del descenso no se hizo esperar, cada quien dio su punto de vista, aderezándolo con uno que otro chascarrillo, hasta que poco a poco el cansancio fue mermando los ánimos, dado que nuestro piloto 4x4 y yo traíamos equipo de supervivencia, nos dimos a la tarea de llenar las botellas de agua en el río y purificarlas con unas gotas de esterilizante, el agua ya estaba asegurada, pero el hambre comenzó a merodear, así que de pronto cada miembro de la excursión fue sacando de sus bolsillos pequeños restos de comida como barras de chocolate a medias, paquetes de galletas e incluso nuestro piloto aportó unas pencas de nopal asadas al fuego para completar la cena.
Habiendo disfrutado del escaso menú, cada quien se dispuso a dormir. Nuestro piloto nos aconsejó confeccionar una cama de brasas y así lo hicimos. El gusto nos duró pocos minutos ya que el frío para entonces era bastante más duro, yo tuve a bien hacerme bolita en mi “trinchera” acomodé mi lona de emergencia debajo mío, y me tapé con mi poncho. Como llevaba un chaleco, metí mis brazos dentro de la prenda generando extra calor y ajusté la capucha impermeable a mi cabeza. Tengo que confesar que fue la experiencia más sobrecogedora del viaje, pues estaba ahí, tirado en la arena, cobijado sólo con el intermitente calor de la fogata, las gigantescas paredes de piedra de barrancas y un majestuoso y estrellado cielo de invierno.
A las pocas horas un par de miembros de la excursión me despertaron para acompañarles a buscar mas leña pues ya se había agotado, era entrada la madrugada y los sonidos nocturnos se habían magnificado enormemente. Podíamos escuchar algunos gruñidos, aullidos y ramas quebrándose bajo el peso de algún animal, algunos de estos sonidos provenían de ecos que viajaban a lo largo de la barranca, otros, tenían un origen cercano a nuestra posición. Lo helado de nuestros huesos y el castañeo de nuestros dientes nos volvían a recordar la tarea que teníamos, pudimos caminar varias decenas de metros para acaparar más combustible para la hoguera, de cuando en cuando mi vista se veía nublada por mi vaho exhalado cerca del haz de luz que expedía mi linterna “manos libres”. Pronto teníamos nuestro fuego de nuevo en marcha, y a partir de ahí ya no pude pegar el ojo del todo bien. El amanecer comenzó a rayar en el horizonte, por lo que todo mundo comenzó a prepararse para partir. El buen humor volvió y todos ya estábamos frescos como una lechuga –LITERALMENTE- y subiendo la pared de la barranca hacia nuestro campamento base. Nuestro piloto y el guía llegaron en una hora, un servidor y un par de compañeros más lo hicimos en tres y el último contingente lo hizo en 5 por lo que ese tiempo de desfase sirvió a cada cual para preparar su equipaje para la vuelta. Quien iba llegando, mitigaba su cansancio y su hambre y pronto todos ya estábamos listos para concluir nuestra visita a aquella preciosa tierra.
Nos despedimos de Víctor y de Don Jesús, agradeciéndoles todas sus amables atenciones, y así como llegamos, pronto dejábamos Guagueyvo llevándonos otros tantos buenos recuerdos y experiencias. Por lo menos para mí fue una increíble forma de comenzar el presente año, vaya que si.
El camino de regreso no se caracterizó por algo en particular, salvo que llegamos al poblado de Creel al anochecer para comer-cenar y de ahí a la capital del Estado a la cual pudimos llegar entrada la noche.
Bien, pues con esto concluye el relato de esta excursión, que, como les comentaba al principio, no fue precisamente la continuación del Trekking challenge que teníamos planeada para este año, pero fue igual de enriquecedora y emocionante.
Nos vemos en la próxima, Cuídense!
Garrison
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